En un mundo donde el cielo parecía perpetuamente gris y las ciudades se extendían como cárceles de concreto, existía una mujer anciana conocida simplemente como “La Sabia”. Había vivido una vida que muchos creían extraordinaria. Se decía que podía dar saltos cuánticos, atravesar espacios, tiempos, y hasta dimensiones de la consciencia. Nadie sabía cómo lo hacía, pero todos buscaban su consejo.
La Sabia llevaba en su interior la historia de todas las mujeres: la inocencia de la niña, la fuerza creadora de la madre, y la serenidad de la sabia. Ella había aprendido que no se trataba de etapas separadas, sino de energías coexistiendo, latentes en cada instante. “Todas ellas viven en mí”, solía decir con una sonrisa que parecía contener siglos de comprensión.
La vida de una mujer está marcada por tres etapas profundas y transformadoras. La etapa de la Niña es un tiempo de inocencia, creatividad y curiosidad infinita, donde el mundo es un espacio lleno de posibilidades. La etapa de la Madre representa la creación y el cuidado, no solo en el sentido biológico, sino también como nutrir ideas, proyectos y relaciones con poder y propósito. Finalmente, la etapa de la Sabia encarna la experiencia acumulada, la introspección y una conexión profunda con la espiritualidad y el legado que trasciende el tiempo. Todas estas etapas coexisten en nosotras, formando un ciclo eterno de aprendizaje y transformación.
Un día, una mujer joven llegó hasta la Sabia buscando respuestas. “No sé quién soy”, confesó. La anciana cerró los ojos y, en un instante, estaban en un campo lleno de flores. “Ven, quiero mostrarte algo”.
Con un simple gesto, ambas dieron un salto cuántico. De repente, la joven se vio a sí misma como una niña corriendo entre los árboles, riendo con el viento y soñando sin límites. Luego, en un parpadeo, era una madre fuerte, cargando no sólo hijos, sino proyectos, esperanzas y amor. Finalmente, se vio como una sabia, sentada bajo un árbol antiguo, conectada profundamente con la tierra y el universo.
“¿Cómo hago esto?”, preguntó la joven, con asombro. La Sabia respondió: “No necesitas viajar; ya estás en todas partes. La niña que fuiste, la madre que serás, la sabia que eres, siempre han habitado en ti.”
Aquella mujer, que muchos llamaban “la Sabia”, tenía un secreto: había aprendido a dar saltos cuánticos. Con un pensamiento, podía viajar a cualquier momento de su vida. Una tarde, mientras el sol se filtraba entre las nubes, decidió dar uno de sus viajes más significativos. Cerró los ojos y, con una suave exhalación, se encontró siendo una niña otra vez, corriendo descalza por los campos, maravillada por las flores que nacían sin permiso.
En otro salto, se vio a sí misma como madre, no en el sentido tradicional, sino como creadora. Había estado cuidando un huerto, escribiendo poemas y nutriendo a quienes amaba con su energía creadora. Y finalmente, en el presente, como la mujer sabia que era, podía reconocer que todas esas etapas vivían dentro de ella. Niña, madre y sabia no eran fragmentos del pasado o del futuro; eran hilos entretejidos en su esencia, siempre accesibles.
Pero había algo más. En sus viajes, había descubierto que también podía conectar con otras personas. Se encontraba con mujeres de todas las edades, de diferentes tiempos y lugares, guiándolas en sus propios procesos, mostrándoles que el tiempo y el espacio no eran limitaciones, sino reflejos de su propia conciencia.
Un día, en uno de estos saltos, apareció en una pequeña cabaña junto a una chimenea encendida. Allí estaba su abuela, una mujer con el cabello blanco como las nubes y manos arrugadas que sostenían un libro de cubierta desgastada.
“El tiempo no es una línea, mi niña,” dijo la abuela sin mirarla. “Es un círculo que habita dentro de nosotras. No somos pasajeras del tiempo; el tiempo vive en nosotras.”
Al abrir los ojos, la mujer mayor sonrió. Era el momento de su mayor revelación. Caminó hasta un espejo y allí no encontró el reflejo de una anciana, sino el de una joven adolescente. Había sido una niña soñadora, una madre creadora, y ahora una sabia habitando en un cuerpo que apenas conocía los primeros años de vida.
Esa joven había aprendido de su abuela la mayor de las lecciones: que el tiempo y el espacio no son barreras, sino herramientas. Su abuela, una mujer profundamente conectada con la tierra, que meditaba diariamente y leía con avidez, había plantado en ella la semilla de la sabiduría. Cada meditación, cada palabra y cada conexión con la naturaleza le había enseñado que podía ser quien quisiera ser en cada momento de su vida.
Y aunque era físicamente joven, la mayor parte del tiempo habitaba como la sabia. Miraba al mundo con los ojos de quien entiende su lugar en el universo, hablaba con palabras que llevaban el peso de todas las edades, y caminaba sabiendo que dentro de ella existían todas las versiones de sí misma.
Ese día, la joven cerró los ojos una vez más, agradeció a la niña que había sido, a la madre que sería, y a la sabia que siempre sería. Porque entendió que no importaba cuánto cambiara el mundo exterior: dentro de ella, todo ya estaba completo.
Este 8 de enero, en el primer “Círculo de Luz” del 2025, exploraremos juntas estas fases, descubriendo la magia y la sabiduría que cada una aporta a nuestra vida.
A través de una visualización guiada, te invitaremos a conectar con la etapa que estás viviendo actualmente y a honrar todas las que ya has transitado. Este encuentro será un espacio seguro y transformador para celebrar tu camino y reconectar contigo misma.
¡No te pierdas este inicio de año lleno de luz!
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